Para iniciar este post,
les voy a contar una historia sobre el señor Xiang Yu, dicha historia fue extraída
de una adaptación del libro “Las trampas
del Deseo” de Dan Ariely.
“En el año 210 a.C. un general chino llamado Xiang
Yu condujo sus tropas al otro lado del río Yangtzé para atacar al ejército de
la dinastía Qin. Tras detenerse a orillas del río para pasar la noche, sus
soldados se despertaron a la mañana siguiente para descubrir, horrorizados, que
sus barcos estaban ardiendo. Se dispusieron a salir corriendo para huir de sus
atacantes, pero no tardaron en descubrir que había sido el propio general Yu
quien había prendido fuego a las naves, y que además había ordenado romper
todas las cazuelas.
Xiang Yu explicó a sus tropas que, sin las cazuelas
y sin los barcos, no tenían otra opción que luchar hasta la victoria o perecer.
No es que aquello le valiera precisamente un lugar en la lista de generales
preferidos del ejército chino, pero sí logró ejercer un tremendo efecto de
concentración en sus soldados: cogiendo sus lanzas y sus arcos, cargaron
ferozmente contra el enemigo y ganaron nueve batallas consecutivas, eliminando
completamente a las principales unidades de las fuerzas de la dinastía Qin”.
La historia de Xiang Yu
es notable porque representa la antítesis absoluta del comportamiento humano
común y corriente. Normalmente no podemos soportar la idea de cerrar
las puertas a nuestras alternativas.
En otras palabras: gran mayoría de nosotros, en haber estado en la unidad de
Xiang Yu, habríamos destinado una parte de nuestras fuerzas a vigilar los
barcos por si acaso nos hicieran falta para una posible retirada, y habríamos
puesto a otro grupo a cocinar alimentos por si el ejército necesitaba
permanecer inmóvil durante unas semanas. Asimismo, habríamos dado instrucciones
a otro grupo de que machacaran arroz para preparar rollos de papel por si acaso
se necesitaban para firmar los términos de la rendición de los poderosos Qin
(lo que de entrada resultaba altamente improbable).
En el contexto del mundo
actual, trabajamos igual de febril para mantener abiertas todas
nuestras opciones. Compramos un gran sistema informático ampliable,
como dos laptop, un IPad, la última versión de IPhone y Samsung, por si acaso
lo necesitáramos. Contratamos la ampliación de canales de televisión por cable,
por si un día podamos ver una gran variedad de programas. Abrimos cuentas en
todos los bancos que pueden existir en el país por si alguno nos otorga mejor
tasa de interés.
Inscribimos a nuestros
hijos en todas las actividades imaginables, tal como; la gimnasia, el piano, el
futbol, el béisbol, el italiano, el francés,
la pintura, el teatro, el kung fu, etc. Todo eso, por si acaso una de ellas
pudiera despertar su interés.
Puede que no seamos
siempre conscientes de ello, pero en todos los casos renunciamos a algo, a
cambio de tener esas opciones abiertas.
Corriendo
de aquí para allá entre cosas que podrían ser importantes, nos olvidamos de
dedicar el tiempo suficiente a lo que ciertamente lo es. Es
una necedad, pero una necedad en la que somos extremadamente expertos.
Mantener todas las puertas abiertas no es una
manera eficiente de vivir nuestra vida, especialmente cuando cada semana se nos añaden una o dos puertas más.
Aunque todavía es más
extraña nuestra compulsión de perseguir puertas de escaso valor: oportunidades
que prácticamente están finiquitadas, o que deberían resultar ya de escaso
interés para nosotros.
En nuestra sociedad
actual, constantemente se nos recuerda que podemos hacer todos lo que queramos
y ser todo lo que deseemos. El único problema es estar a la altura de
ese sueño. Debemos evolucionar de todas las maneras posibles; debemos
experimentar todos los aspectos de la vida; debemos asegurarnos de que, de las
mil cosas que uno tiene que ver antes de morir, nosotros no vayamos a quedarnos
en la 999. Pero aquí surge una cuestión: ¿no estamos queriendo abarcar más de
la cuenta?
¿Qué podemos hacer al
respecto? Lo que necesitamos es empezar a cerrar conscientemente
algunas de nuestras puertas. Las puertas pequeñas resultan bastante fáciles
de cerrar. Por ejemplo, borrar nombres de nuestra agenda telefónica, deshacerse
de la ropa que ya no usas, limpiar la biblioteca y regalar libros que ya
leíste, eliminarle por lo menos dos actividades de tu hijo (a) y otras cosas
que te parezcan inútil. Pero las puertas más grandes (o las que parecen serlo)
son más difíciles de cerrar. Puede que nos cueste especialmente cerrar puertas que podrían llevar a una
nueva trayectoria profesional o un puesto de trabajo mejor; también las que
se hallan ligadas a nuestros sueños; y lo mismo ocurre con las relaciones con
determinadas personas.
¡Reflexiona!, dedica
tiempo a “dejar”, a aceptar los cambios en tu vida. Vacía tus cargas y deja
hueco para lo nuevo que está por llegar.
Las personas cambian,
evolucionan, aprenden de los errores y cada tiempo nuevo que tienes por
delante, es una oportunidad para tu desarrollo, para quien quieras ser y no
necesariamente quien fuiste ayer.
Anota en tus apuntes, ¿Qué
puertas vas a cerrar para fin del 2015?
¡Comencemos a tener una
vida plena! FELIZ AÑO 2016
Descifra el éxito!
Se les quiere,
Miguelangel.
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